domingo, 4 de septiembre de 2011

Jornada Mundial de la Juventud (4ª parte): la papalatría.

Lutero se equivocaba, no puede haber Cristo sin Iglesia. Al fin y al cabo si algo conocemos de Jesús de Nazaret es gracias a los apóstoles y a las primeras comunidades de cristianos. Eso de la libre interpretación de la Biblia está bien, resulta muy moderno en el Renacimiento con eso de la autonomía del individuo, el pirronismo o la duda metódica cartesiana, pero la Biblia como conjunto canónico de libros en los que se expresa la Palabra de Dios, es obra de los cristianos, de la Iglesia, no del propio Jesucristo que no dejó nada escrito.

Pero de ahí a que toda la autoridad recaiga en el Papa, hay un trecho muy importante sólo explicable por las diversas calcificaciones históricas que se han ido adhiriendo a la Iglesia.

Cuando en el 380, mediante el Edicto de Tesalónica, se declara el cristianismo religión oficial del Imperio Romano, la alianza entre poder político y poder religioso hace que se solapen funciones, que se confundan roles. Con la caída del Imperio de Occidente, el Papa asumirá algunos cargos propios de la administración de Roma: el título de Sumo Pontífice que desde la época de Augusto ostentaba el emperador como máxima autoridad religiosa, pasa al Obispo de la Ciudad Eterna.

A partir de todo eso, la Iglesia adoptó el modelo “jerarcológico”, como dice el teólogo Juan Antonio Estrada, y hoy podemos escuchar que se refieren al Papa como “el Santo Padre” o como “el Vicario de Cristo en la tierra”.

Sobre la santidad del Santo Padre cabe decir (y esto es doctrina de la Iglesia desde los primeros tiempos) que le viene no de su persona, sino del Espíritu Santo, aunque el Papa sea un pecador, que lo será como todos, o a lo mejor un poco menos.

Ahora bien, con lo del Vicario de Cristo, me parece que se roza la herejía: mediante la Encarnación, Dios se hace hombre en Jesucristo, así que ya no hacen falta sacerdotes intermediarios entre un Dios lejano y los seres humanos; además el mismo Cristo queda presente, mediante el Espíritu Santo, en la comunidad de sus seguidores y materialmente en la Eucaristía (en el pan y en el vino). Por eso, si entendemos ser vicario como la representación de Cristo, ésta la ostenta la Iglesia y no el Papa, que es sólo el símbolo de la unidad.

Como decía, los avatares históricos que convirtieron al papado en un poder temporal han hecho que el Papa tenga preeminencia sobre el resto de la Iglesia. Al fin y al cabo éste ha sido el tema central de la discusión en los dos últimos concilios de la Iglesia Católica. En la personalidad tan arrolladora de Juan Pablo II se convirtió en lo que muchos llamaron “Papalatría” por parte de todos aquellos que pertenecen a los movimientos eclesiales a los que Woytila favoreció, y sigue con Benedicto XVI, que sin tener el carisma de su antecesor, lo hereda por vía del cargo que ostenta.

Después de toda esta historia es fácil de comprender por qué un encuentro mundial de jóvenes cristianos, la JMJ, se reduce ante la opinión pública, a la visita papal, cuando lo realmente importante es que se reúne la Iglesia Universal, y no que venga el Papa con ocasión de tan magno evento.

Lo que importa es el Pueblo de Dios, sujeto histórico de la acción del Espíritu Santo a favor de la salvación de la humanidad, y no el jefe, porque somos un pueblo de Sacerdotes, Profetas y Reyes, como dice la 1ª Carta de San Pedro.

A ver si los tiempos que se avecinan acaban con estos vicios adquiridos.