viernes, 2 de marzo de 2012

SUB SPECIE AETERNITATIS*


Esta es una expresión latina empleada por muchos pensadores que viene a decir que Dios contempla el mundo desde la perspectiva de la eternidad, es decir, que para Él pasado, futuro y presente se funden en un solo tiempo, o mejor, en una ausencia del tiempo, donde todo cobra sentido y todo es lo que tenía que ser, aunque sin que desde su infinito poder haya interferido en nuestra libertad.

Desde esa perspectiva, las catástrofes naturales, que para nosotros son tragedias, quedan subsumidas bajo la idea de un mero suceso geológico; desde esa perspectiva, la explotación históricamente organizada en los diferentes modos de producción, no es más que una sucesión de momentos necesarios para llegar al fin de historia.

Esta visión se corresponde con el dios del panteísmo, ese que es como un macroorganismo del que nosotros no somos más que pequeñas y efímeras células que duramos incluso menos de lo que tarda una pompa de jabón en explotar en nuestra mano; un dios en el que cada una de esas pompas es igual a otra y sólo se diferencia por el lugar y el tiempo en que se produce, diferencias puramente aritméticas y geométricas, meramente cuantitativas.

Cuando los líderes europeos y mundiales de la economía se reúnen a ver qué hacen y manejan las cifras de millones de euros de medio en medio billón y toman decisiones sobre nuestro déficit, contemplan el mundo sub specie aeternitatis. Desde su atalaya políglota de jefes de estado, todos terminan hablando el lenguaje universal de las matemáticas, ese frío uno tras otro que no entiende de diferencias cualitativas para el que uno es igual a otro, y en el que “el otro” no es más que otro uno.

En el mundo contemplado sub specie temporalitatis el número adquiere rostro: el recorte del déficit, la prima de riesgo, la falta de crédito, los grandes sueldos a consejeros de entidades financieras, las cifras del desempleo, el neutro 22% de población española que vive bajo el umbral de la pobreza, ..., se convierten en una sucesión de caras con expresiones tan diversas como singulares son las historias que acumulan. Y cuanto más pobre más profunda se vuelve la brecha entre la eternidad y el tiempo concreto.

Un tiempo concreto que transcurre entre la preocupación por el mañana y la falta de perspectiva de futuro; entre la agonía del tirar la toalla y de seguir peleando porque tienes personas a tu cargo. Es la matemática en la que uno no es igual a uno, en el que la vivencia interior, la desesperación, el desahucio, los 426 € que se acaban no son convertibles en cifras.

Cuando en el Olimpo de Europa los “dioses” hablan de que empezaremos a crecer en 2013 levemente pero que no se notará en el empleo, en el mundo sublunar encorvamos la espalda bajo el yugo que nos redoblan, agachamos la mirada y los maldecimos en una gran blasfemia universal que denuncia que el mundo es un infierno para muchos, porque sólo unos pocos tienen llave del cielo.

Pero aquí abajo, en la intemperie del tiempo real, vemos al auténtico Dios de rostro humano, el Dios encarnado que sufre a nuestro lado, ese Dios que dejó la eternidad para bañarse en el mismo lodo en el que nos ahogamos y que habló y habla  por los profetas. Ese Dios que clama contra la explotación, que reclama la llegada de otro Reino, de otro orden de cosas en el que el pan de cada día llegue hoy a cada uno...

Hay que conseguir que el cielo y la tierra se parezcan cada vez más, que las personas sean más importantes que el dinero. Esa será la única manera posible de que la eternidad y el tiempo queden reconciliados en la gran fraternidad universal.

“Venga a nosotros tu Reino”

(Reflexión inspirada en la viñeta de "El Roto" publicada hoy en "El País"