miércoles, 13 de junio de 2012

LA PERVERSIÓN DE LA DEMOCRACIA


Parece ser que hoy los grupos parlamentarios, a excepción del PP, han solicitado la comparecencia del presunto presidente del gobierno a cuento de la “línea de crédito” de 100.000 Mill.€. Naturalmente sus partidarios han votado en contra: en contra de los otros grupos y en contra de lo razonable.

No es la primera vez, ni desgraciadamente será la única, en que sus señorías votan contra la Razón (me permito, con todas las precauciones que la crítica filosófica me impone, usar el término en mayúscula para referirme a la Razón Ilustrada, esa fue cuna de la democracia moderna).

Con mucho pesar recuerdo cuando, aún no hace un año, decidieron modificar la Constitución de espaldas al pueblo español y soberano, siguiendo “los dictados” de instituciones foráneas.

Es en estas numerosas ocasiones en las que se ve con claridad que lo que cuenta en el Congreso de los Diputados no es el discurso cargado de contenido para convencer, no es la Razón, ni siquiera la conciencia (si es que ésta aún tiene un hueco entre los escaños). Lo que cuenta es la mera suma de votos. Para acabar así, mejor sería reducir los representantes del pueblo en proporción a los representantes que tienen ahora los diferentes grupos parlamentarios o depositar en las manos de un solo hombre o mujer todos los votos del grupo que ahora presiden. Nos ahorraríamos mucho dinero y mucha sin razón.

¿Cuál es el problema? El problema que se plantea es: ¿son los parlamentarios los representantes del pueblo español o son los representantes de los partidos?

Sobre el papel, son lo primero. En realidad son lo segundo.

Los partidos, por tanto deberían ser el instrumento que garantizara que la voluntad de esa parte del pueblo español que piensa como cada uno de esos partidos, llegara lo más intacta posible al poder legislativo y allí hacerla oír por encima de intereses del ejecutivo o de la dirección de cualquier grupo parlamentario.

Pero los partidos no cumplen esa función. Más bien al contrario: en vez de ser permeables a la sociedad, se cierran a ella y entran en discusiones por ver quién mandará en la maquinaria de su organización y terminan mandando, no los que mejor conocen y pueden representar lo que la gente quiere, sino los que han tenido más habilidad para situarse por encima de los demás, rodeados de una turbamulta de “lacayos”, como decía el otro día un amigo, que con el pico abierto esperan conseguir prebendas y favores personales o familiares.

Así se entiende que luego, en el parlamento, los diputados voten lo que dice el partido y no lo que manda la Razón, porque su cargo de diputado se lo deben al partido que los ha colocado en la parrilla de salida, ya que saldrá elegido vote el 90% o el 10% del censo.

Con semejante perversión de la democracia sólo podemos esperar lo que nos pasa; que los presidentes de gobierno hagan lo que se les antoja o lo que les obligan aunque vaya en contra de sus principios o, lo que es peor, en contra de sus votantes.
O cambiamos los partidos por dentro o nos cargamos la democracia.

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