La situación en la que estamos entrando en España y otros países
de Europa no es nueva: es la misma que vivieron nuestros antepasados en los
años previos a la II Guerra
Mundial o la que padecen la inmensa mayoría de países del mundo, algunos de los
cuales se ahogan en la miseria y la guerra.
Cada vez más parados, más personas sin hogar; cada vez menos
calidad y cantidad de servicios públicos y su consecuencia, el crecimiento de
la desigualdad y el aumento de los privilegios de los que se pueden pagar un
seguro médico privado o un colegio de alto standing.
Cada vez más jóvenes que hacen las maletas, dejando atrás la
lengua materna, la familia, los amigos para ver un sol mortecino que sólo
produce destellos cuando se refleja en sus lágrimas de emigrantes en tierra
extraña.
Cada vez más contenedores convertidos en despensas, Cáritas
convertidas en almacenes de última moda y bancos de alimentos en liquidación de
existencias por cierre.
Cada vez más negocios cerrados por falta de un mercado que
jadea de cansancio y por exceso de cargas y de impuestos. Cada vez más polígonos
desérticos, convertidos en territorio de la desesperación.
Mientras tanto, los ricos lo siguen siendo, pero ahora se
han hecho extranjeros y hablan la lengua del paraíso fiscal; los directores de
bancos expolian la caja con sueldos de latrocinio; políticos que colocan a
familiares, amigos y lacayos en puestos de alto nivel y mayor salario.
¿Cómo no ir a la huelga? Soy profesor y no un mercenario de
la enseñanza y no quiero que mis alumnos me vean entrar con la cabeza gacha
avergonzado de lo que mi conciencia me exige y lo que el bolsillo izquierdo del
dinero o el bolsillo derecho del miedo me impongan. Quiero que me vean en la
puerta con la cabeza bien alta, con el orgullo que da el saber que se hace lo
que se debe.
¿Cómo no ir a la huelga si soy profesor de Religión y les
enseño a mis alumnos cómo Moisés, el gran subversivo de la historia, envió
contra el faraón hasta diez plagas para que liberara a los esclavos? Cómo no ir
a la huelga si anuncio al Dios de los pobres, al Jesús que decía “Bienaventurados
los pobres” y “Ay de vosotros, los ricos!”.
¿Cómo no ir a la huelga si soy ciudadano, y quiero seguir
siéndolo, y no súbdito? ¿Cómo voy a tolerar las imposiciones del poder si soy
libre?
¿Y cómo no ir a la huelga si soy persona? ¿Cómo puedo
consentir que nos traten cada vez más como números y que nos valoren por lo que
producimos y no por lo que somos?
Finalmente, ¿Cómo no ir a la huelga si tengo dignidad y aún
me queda vergüenza para mirar a la cara de mis hijos y decirles que estoy
dispuesto a luchar por mí, por ellos y por todos?
No me lo perdonaría.
Pero estoy dispuesto a perdonar a aquellos que no irán a la
huelga y se aprovecharán de nuestro esfuerzo y de nuestro salario, lo que no sé
es si se perdonarán ellos.
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